domingo, 7 de agosto de 2011

LA ESPADA DE DAMOCLES

         Cicerón, el dueño de casa, les relata a sus amigos la historia de Dionisio, el tirano de Siracusa. Treinta y ocho años fue Dionisio tirano de Siracusa. Muchos envidiaban su felicidad: riquezas, manjares, esclavos, carruajes. Pero Dionisio desconfiaba de todo el mundo. Tanto era su temor a ser asesinado, que nunca se separaba de su espada. Un día tuvo una distracción: asistía a un juego de pelota, y como era muy aficionado a este tipo de competición, quiso intervenir. Para estar más cómodo se despojó del manto y de la espada y se los entregó a un joven. Un hombre de su comitiva le dijo:

-         ¿ Qué haces? ¿ No ves que estás poniendo tu vida en manos de ese muchacho?
Dionisio reaccionó tomando otra vez otra vez la espada y matando al joven que la sostenía y al hombre que lo alertó de su descuido. Se cuenta también, que no se confiaba de ningún barbero, ya que podían aprovechar la ocasión al afeitarlo de degollarlo. Por ese motivo, les enseño a sus hijas un penoso procedimiento, que consistía en calentar cáscaras de nueces, con las que iban quemando uno por uno los pelos de su barba, sometiéndose así a una especie de depilación que, si bien era dolorosa, tenía la ventaja de no hacerlo arriesgar su vida en manos de un presunto barbero asesino.

         Entre sus aduladores, había uno llamado Damocles. Horas y horas pasaba Damocles alabando la grandeza del tirano y envidiando su gloria.

         Llegó a oídos de Dionisio la manifiesta envidia de Damocles y lo hizo conducir a uno de sus más lujosos recintos. Había hecho preparar para él un magnífico trono con un artesonado tapizado de rojo y damasco. Damocles fue invitado a sentarse entre mullidos almohadones tornasolados. Se le comunicó que podía disfrutar de todo lo que allí había, como si fuera el mismo Dionisio. Sus deslumbrados ojos vieron hermosas adolescentes de cuerpos nacarados, que estaban a su disposición. Su vista recorría la dorada sala y descubría manjares exquisitos, aderezados con sofisticadas salsas, crujientes pichones asados, jugosas frutas multicolores. Los sahumerios exhalaban embriagantes perfumes, de los untuosos cuerpos de las esclavas le llegaban aromas maravillosos. ¡Y los vinos!, centelleantes en copas finamente talladas, la música de las tañidoras penetraba dulcemente en sus oídos. Cuando Damocles se decidió a estirar su mano para comenzar a disfrutar aquellas delicias, sintió una casi imperceptible vibración, que provenía del artesonado del trono, alzó la vista y contempló horrorizado que una enorme espada oscilaba sobre su cabeza, sostenida del techo sólo por una finísima crin de caballo. La sangre se heló en sus venas y ya no tuvo ganas de entregarse a los placeres, sabiendo que su vida pendía de aquella frágil ligadura. Dionisio había creado para Damocles una situación en la que aparecía el juego del placer y del poder, y en la que se declaraba el riesgo mortal de ese juego.
Cicerón, consciente de la belleza de su relato, lo escribió en impecable latín con una intención moralizante. Este relato es una alegoría del hombre que es esclavo de sí mismo.
El hombre que por querer poseerlo todo se sumerge en situaciones en las que todo lo puede perder.

No hay comentarios:

Publicar un comentario